Yo soy Karla y desde la adolescencia aspiraba a lucir como las mujeres delgadas, con grandes pechos y glúteos, sin una sola estría, piel firme y una sonrisa de felicidad por tener la vida que todas envidiarían. Me costaba mucho trabajo entender que la belleza de la vida era la diversidad de los cuerpos, con sus diferentes tallas y marcas naturales; pero sobre todo, me cegaba a comprender que cada quien esculpe su propio cuerpo de acuerdo a la raíz de su verdadera personalidad. Hasta que un día, decidí abrir los ojos y me di cuenta que la lucha no era contra la talla de mis pantalones, sino que esa guerra era en contra mía y no la podía ganar. 

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Desde ese día hice las paces conmigo, me perdoné y me abracé. Decidí trabajar mi cuerpo porque lo amaba y no porque lo odiaba, decidí alimentarlo de comida divertida que lo llenara de energía y comencé a lucirlo, presumir sus diferentes formas, colores y matices. Fue entonces cuando me conquistó el corazón y ahora nada lo detiene.