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La sabiduría de la vergüenza

Por: María Angélica Navia López

Mujer tapandose la cara con las manos, sintiendo vergüenza


Confieso que, hasta hace muy poco, tenía una relación terrible con la vergüenza. La veía como una emoción inútil, que me dolía en el cuerpo, y la odiaba profundamente. Cada vez que la sentía, era como si un monstruo tomara el control de mi vida, haciéndola miserable y apartándome del mundo. Me aislaba, me hacía creer que estaba sola, que todo lo que hacía estaba mal. Peor aún, me hacía pensar que yo estaba mal, que había algo defectuoso en mí. Era esa voz interna que avivaba mi herida de insuficiencia. ¿Cómo no iba a odiarla?


Cuando digo que hasta hace muy poco tenía una mala relación con la vergüenza, lo digo en serio. En 2022 me propuse conocerme más a fondo, entender lo que sentía y pensaba, y cómo todo esto influía en la persona que quería ser. Me di cuenta de que el problema no era lo que sentía o pensaba, sino mi relación con esas emociones y pensamientos, mi relación conmigo misma. Al fin y al cabo, no podemos dejar de sentir ni de pensar, pero sí podemos cambiar cómo nos relacionamos con nuestro mundo interno. Fue entonces cuando encontré un libro que me cambió la perspectiva: “Atlas of the Heart” de Brené Brown. En él, Brown explora el impacto de las emociones en nuestras vidas, y yo, claro, me enfoqué en aquellas que más detestaba, como la vergüenza.


Según Brené Brown, la vergüenza es una emoción profundamente dolorosa que surge cuando creemos que algo en nosotros es defectuoso, haciéndonos sentir indignos de amor y pertenencia. Esto describe a la perfección lo que yo sentía: "No soy suficiente". Es importante distinguir entre culpa y vergüenza, porque solemos confundirlas. La culpa se enfoca en una acción específica ("hice algo mal"), mientras que la vergüenza ataca nuestra identidad ("soy mala").


Entonces, ¿para qué sirve la vergüenza? Si hay algo que he aprendido, es que todas las emociones tienen una función. Lo más importante es que no vamos a dejar de sentirlas. Es mejor comprender su propósito y recibirlas con curiosidad en lugar de resistirlas. Resistirnos solo nos causa más sufrimiento. Con Brené Brown aprendí que la vergüenza tiene un propósito social: nos ayuda a regular nuestro comportamiento para no poner en peligro nuestras conexiones y pertenencia a un grupo social.


El problema no es sentir vergüenza, sino lo que hacemos con ella. Solemos aislarnos, desconectarnos y quedarnos atrapados en nuestro sufrimiento, porque tememos que, si compartimos el motivo de nuestra vergüenza, los demás dejen de querernos. Ese miedo a no ser amados es profundo. Admito que escribir esto es doloroso, pero también me ayuda a entender por qué odiaba tanto la vergüenza: porque activaba mis heridas más profundas, esas que me hacían sentir que no merecía ser amada ni aceptada.


Sin embargo, descubrí algo revelador: la vergüenza es realmente sabia. La había estado utilizando para dañarme, cuando en realidad podía ser una herramienta para conectar. Ahora, cada vez que siento vergüenza, sé que debo hacer lo contrario de lo que solía hacer. En lugar de aislarme y desconectarme, doy un paso adelante y busco conectar con los demás. Cuando comparto mi vergüenza, descubro algo maravilloso: no estoy sola. No hay nada malo en mí. Necesitaba compartir mi vergüenza para entenderlo. Es por eso que la vergüenza es tan sabia: en su núcleo, nos invita a conectar y a recordar que no estamos solos en este mundo.


No voy a mentir, sentir vergüenza sigue siendo incómodo y desagradable, pero eso no va a cambiar. A pesar de su dolor, la vergüenza puede convertirse en nuestra aliada si aprendemos a trabajar con ella en lugar de resistirla.


El primer paso es identificar cuándo aparece y observar los pensamientos que la acompañan, sin juzgarnos y con curiosidad. Al nombrarla, podemos empezar a desactivar su poder destructivo y ver que, como cualquier emoción, es temporal.


El segundo paso es aceptar nuestra vulnerabilidad, en lugar de centrarnos en la incomodidad. En la psicología, la autocompasión es esencial para transformar la vergüenza. Al tratarnos con amabilidad en esos momentos difíciles, dejamos de vernos como defectuosos y comenzamos a reconocernos como dignos de amor y pertenencia. De esta forma, la vergüenza se convierte en una brújula que nos orienta hacia una mayor autenticidad y conexión emocional, ayudándonos a crecer y a fortalecer nuestras relaciones. Incluso en nuestra imperfección, seguimos siendo dignos de amor y aceptación.


El tercer paso es comprender que la vergüenza, lejos de ser un signo de fracaso, es una oportunidad de crecimiento que nos revela nuestras áreas más vulnerables, dándonos la posibilidad de trabajar en ellas. Eso es lo que hace posible el paso más difícil, al menos para mí: compartirla. Compartir estos sentimientos con personas de confianza es clave para reducir su peso y desmantelar su poder. Hablar de la vergüenza con personas de confianza no solo nos alivia, sino que nos conecta, nos sana y nos ayuda a crecer.

dos mujeres autenticas, unicas, reales, sonriendo, siendo ellas mismas, una de ellas con manos en la cintura y la otra con las manos sobre la cabeza. Una usando ropa deportiva y la otra un saco con top y jeans

En resumen, la vergüenza nos señala aquellas áreas en las que podemos mejorar, no para castigarnos, sino para crecer con amor, compasión y autoconocimiento. Así que no volvamos a dudar de la sabiduría de la vergüenza.


Psic. María Angélica Navia López

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